Los debates sobre el papel central de la industria en el dinamismo y competitividad de las sociedades vuelven a ocupar lugares centrales, así como el papel de las políticas industriales y tecnológicas para favorecer la competitividad en un entorno geopolíticamente complicado.
JUAN TUGORES QUES. Catedrático emérito de Economía de la UB
En los últimos tiempos, las temáticas industriales vuelven a ocupar lugares centrales en los análisis y debates. Y ello por diversas, complementarias y poderosas razones. Por un lado, la constatación de que una sólida y competitiva base industrial sigue siendo una dimensión esencial para la prosperidad de los países, para la “riqueza de las naciones”, en los términos acuñados por Adam Smith va a hacer ya un cuarto de milenio (1776-2026). Los casos de las economías más prósperas de Asia reiteran lo infundado de las pretensiones de “saltar etapas” en la tradicional transición agricultura-industria-servicios, omitiendo o minimizando la fase central de esa trilogía, de modo que el tejido industrial continúa siendo una parte crucial de los ecosistemas productivos más dinámicos.
Una razón adicional es la evidencia de que las pugnas geopolíticas que caracterizan nuestra era —con la confrontación entre Estados Unidos y China en el lugar más destacado, pero que se extiende a las tensiones entre el tradicional “mundo desarrollado” y el conjunto de las economías emergentes, o la pugna entre el G7 y los BRICS, como a veces se simplifica— están encontrando uno de los ámbitos de controversias precisamente en las políticas industriales y tecnológicas con que cada uno de los países (o áreas) trata de promover e impulsar su potencial productivo hacia posiciones de liderazgo y pretensiones de hegemonía. Los organismos internacionales efectúan seguimientos cada vez más en profundidad de esas estrategias, como puede verse por ejemplo en la sección del web de la OCDE dedicada a esas temáticas: https://www.oecd.org/en/topics/industrial-policy.html, o los documentos que publica el FMI (entre ellos el cap. 3 del World Economic Outlook de octubre de 2025, que profundiza el análisis del Fiscal Monitor de abril 2024, por citar solo los informes más emblemáticos). La iniciativa académica Global Trade Alert nacida en 2009 con la crisis financiera para hacer un riguroso seguimiento de las medidas proteccionistas de respuesta a los problemas por parte de los principales países ha incluido desde 2017 en sus prioridades el seguimiento de las Nuevas Políticas Industriales. Esta conexión entre comercio e industria ya apunta a uno de los rasgos más delicados del nuevo entorno: ¿en qué medida las políticas industriales, instrumentadas a menudo vía subvenciones y otras medidas fiscales, a veces condicionadas a la utilización de componentes nacionales o con requisitos similares, pueden introducir distorsiones en el teórico libre comercio que plantea, idealmente, la globalización?
La concesión en 2025 del premio Nobel de Economía a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt ha tenido un impacto mayor que otras ediciones de este galardón por la actualidad del tema que han trabajado
Antes de volver sobre cuestiones de fondo planteadas por los anteriores puntos, cabe señalar que una motivación adicional para interesarnos en la industria y las políticas industriales está siendo la revitalización del debate acerca de por qué comenzó en Occidente, hace algo más de dos siglos, la mejora tecnológica basada en innovaciones que conocemos como “primera revolución industrial”, y que cambió la geopolítica convirtiendo a Europa primero y luego a Estados Unidos en las potencias hegemónicas —economías avanzadas— en detrimento de países como China o India que hasta el siglo XVIII ocupaban posiciones destacadas pero que no sintonizaron a tiempo con las innovaciones y ganancias de productividad de esa primera revolución industrial. La concesión en 2025 del premio Nobel de Economía a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt ha tenido un impacto mayor que otras ediciones de ese galardón por la actualidad del tema que han trabajado: ¿por qué en determinados entornos y momentos se producen las oleadas de innovaciones disruptivas que generan el progreso? ¿Por qué en unos momentos y en unas sociedades, y no en otros? Sus análisis referidos al pasado tienen gran interés pero su aplicabilidad actual es obvia: ante los grandes avances (incluida la inteligencia artificial), ¿cuál será su alcance y cuáles serán sus protagonistas… y quiénes los marginados? ¿Estados Unidos y China tendrán creciente protagonismo, con pugnas entre ellos, mientras que, tal vez, Europa podría seguir deslizándose hacia la pérdida de relevancia, un temor que ya apuntaba el famoso Informe Draghi, si no reacciona a tiempo?
Los argumentos para apoyar la industria y, en particular, impulsar sectores industriales dinámicos y con proyección, se centran —más allá de apelaciones a un pasado industrial siempre digno de estima— en las famosas “externalidades positivas” que pueden generar. Una industria de la que se deriven innovaciones científicas y tecnológicas que sean de aplicación más allá de un sector concreto merecería los apoyos necesarios para obtener plenamente esos efectos beneficiosos para el conjunto del tejido productivo. Más allá de este argumento general, si las innovaciones industriales tuviesen aplicaciones en ámbitos positivos para otras finalidades sociales, como las mejoras en tecnologías medioambientales o en sectores avanzados estratégicos en los que la competencia global es intensa, ello propiciaría asimismo argumentos adicionales a la actividad industrial con impactos transversales socialmente valiosos.
Los argumentos para apoyar la industria y, en particular, impulsar sectores industriales dinámicos y con proyección, se centran —más allá de apelaciones a un pasado industrial siempre digno de estima— en las famosas “externalidades positivas
Pero, como siempre en economía (y en la vida), hay que ser cautelosos y reconocer algunos posibles riesgos que deberían evitarse para no diluir los efectos potencialmente positivos de las políticas industriales. El FMI ha insistido en los riesgos de una variante moderna de la “hipótesis de captura”, ya formulada hace tiempo por el premio Nobel George Stigler, y que consistiría en que los fondos públicos destinados a políticas industriales acabasen asignados siguiendo criterios de “proximidad política” o de “capacidad de influencia” de lobbies poderosos pero que no necesariamente coinciden con los que podrían aportar más eficiencia en términos de más valiosas externalidades positivas. Como indica uno de los informes del FMI, dirigido sintomáticamente a Europa, las políticas industriales deben orientarse más a posicionar creativamente el futuro que a apuntalar un pasado en declive. El corolario es la importancia de contar con mecanismos de asignación con calidad institucional contrastada, a salvo de influencias disruptivas. Otra consideración de cautela es la referida a los costes de las medidas a implementar, que originara presión sobre los recursos públicos (y con ello sobre el gasto y el déficit público) en unos momentos en que otras dimensiones también apelan a la necesidad de esos recursos, desde los temas de envejecimiento en muchas sociedades a nuevas exigencias de defensa o de compromisos medioambientales. Ello acentúa la importancia de contar con mecanismos institucionales solventes y de calidad que aseguren un uso adecuado de esos recursos.
Las políticas industriales deben orientarse más a posicionar creativamente el futuro que a apuntalar un pasado en declive
Pero la importancia del entorno sociopolítico y cultural va más allá. Los trabajos de los Nobel de Economía 2025 merecen atención al respecto. Mokyr ha destacado cómo las condiciones que propiciaron que los avances industriales en tecnología e innovación surgieran en Europa occidental a finales del siglo XVIII y principios del XIX se vinculan a aspectos que conforman la “cultura del crecimiento” entre ellas libertad a la creatividad, tolerancia (incluso admiración, en vez de resistencia) a lo nuevo, mecanismos de difusión de las innovaciones y nuevos conocimientos, en el marco de sociedades que asumen los retos de los cambios asociados a las innovaciones y con la subsiguiente disposición a adaptarse a ellos, aprovechando sus potencialidades. Hace varios siglos esa descripción encajaba mejor con Europa occidental y con Estados Unidos que con una China en que el sistema imperial y las jerarquías de clanes cerrados bloqueaban o limitaban “lo nuevo”. La gran pregunta es ahora, en la tercera década del siglo XXI, y ante la avalancha de cambios disruptivos tecnológicos, ¿qué sociedades tienen las condiciones para poder beneficiarse de ellos? Se diría que, pese a todo, Estados Unidos muestra un dinamismo importante y que China (y otros países asiáticos) ha superado las rigideces de hace un par de siglos para combinar tradiciones con un fomento descomunal de las innovaciones, pero la respuesta para Europa no parece tan optimista. El propio Mario Draghi, más de un año después de su famoso Informe, sigue clamando para que la UE supere sus rigideces, sus regulaciones burocráticas, sus recelos localistas, etc. para no quedar más descolgados (todavía) de las oportunidades de progreso de los nuevos tiempos. La industria europea
—en alianza, como en Estados Unidos, con los servicios de alto valor añadido— tiene un potencial importante que la política europea —la industrial y la política-política— debería contribuir a desbloquear y propiciar con más nitidez.













