Cuando fije usted la vista en este artículo, estimado lector, probablemente haya ojeado ya, o incluso leído en profundidad, algunas destacadas reflexiones emitidas por mis muy doctos colegas alrededor del tema central que nos ocupa en este número de la magnífica publicación que tiene entre sus manos, nuestro Mundo empresarial, y que no es otro hoy que “factores de crecimiento de la pyme”.
Dr. MARCOS EGUIGUREN. Director asociado de proyectos estratégicos de la UPF-Barcelona School of Management. Cofundador de SingularNet Consulting
Sin haber leído yo mismo en su totalidad el resto de artículos de este especial, estoy más que convencido que mis colegas analizarán temas de gran importancia como el acceso a la financiación, los mercados de capitales, el exceso de burocracia, las infraestructuras, el desarrollo de talento, las tecnologías y la digitalización, el reto de la eficiencia, la cultura de innovación y otros muchos etcéteras. Y, sin duda, esos son temas de extremada relevancia y factores que, trabajados adecuadamente y con una perspectiva de muy largo plazo, pueden llevar a las pymes españolas a nuevas cotas de excelencia y a una mayor capacidad competitiva. ¡Cuánta razón tienen mis colegas! Con todo ello, me tendrán que disculpar si yo decido no desgranar en esta columna factores específicos y me dedico a divagar en estas breves páginas entre la realidad, la ciencia y la literatura. De hecho, para eso estoy aquí, para escribir cualquier memez y que parezca una reflexión sesuda.
Hace pocos días estaba departiendo con un pequeño empresario que durante bastantes años se hizo fuerte en el sector de las instalaciones eléctricas. Me explicó su historia, probablemente la típica historia de una pyme tradicional: la vocación juvenil, la consecución de los primeros contratos, la construcción de un equipo fiel, el crecimiento y la rentabilidad, la reinversión de beneficios, la estabilidad y el prestigio de una empresa mediana, una buena cuota de mercado en el sector de instalaciones eléctricas para naves industriales, mantenimiento y nueva construcción en determinada zona de nuestro país, la llegada de la gran crisis 2008-2011, el intento de aumentar la diversificación y mantenerse a flote, la imposibilidad de adaptarse a la velocidad suficiente a un mercado en caída, la huida de una financiación que otrora fue generosa, la rigidez de la legislación y de la normativa para adaptar la estructura a la nueva situación del mercado a un coste sensato, la pérdida al final de casi todo su patrimonio y… vuelta a empezar.
Ahora, ese pequeño empresario, tras unos años de nueva singladura, con enorme sacrificio y asumiendo gran riesgo, ha recuperado una pequeña parte de su antigua actividad
Ahora, ese pequeño empresario, tras unos años de nueva singladura, con enorme sacrificio y asumiendo gran riesgo, ha recuperado una pequeña parte de su antigua actividad. Jamás recuperará aquel patrimonio, pero puede vivir una vida tranquila y medianamente acomodada. Ya no tiene cientos de empleados, solo emplea a dos, selecciona detenidamente sus proyectos y no quiere crecer. Nunca volverá a pasar por aquello. Me dice que la rigidez actual de la legislación y la tiranía de las muy diversas normativas que le afectan como empresa es muy superior a la que se encontraba hace más de una década. Eso le espanta. Me dice que es dificilísimo encontrar personal razonablemente cualificado y con ganas de progresar, que antes de la crisis tenía en su empresa programas de aprendices que permitían que gente muy joven creciera profesional y, sobre todo, culturalmente, con gran rapidez. Eran las personas que luego llevarían el peso de la compañía con éxito y alcanzarían retribuciones significativas. Hoy la evolución normativa lo hace imposible. Me dice que, además, tiene que soportar estoicamente la infinidad de trabas y tramitaciones poco comprensibles que todo tipo de administraciones imponen a su pequeña empresa mientras que ha de aguantar con vergüenza y en silencio esporádicas declaraciones de responsables públicos y politicastros que tratan de “ricas” a personas de su ocupación o clase social. Me dice, me dice tantas cosas…
La historia de este empresario, llamémosle “Sr. A”, me transporta hacia el siglo XIX y a pensar en las teorías de la selección natural defendidas por el naturalista británico Charles Darwin. Una lectura adaptada de esas tesis de Darwin a la situación del Sr. A podría llevarme a pensar que su empresa no sobrevivió ante la gran crisis porque no estaba suficientemente preparada para una gran hecatombe, tal vez porque no estaba suficientemente capitalizada (lo cual no era cierto en este caso) o porque su estructura era demasiado pesada, o porque las circunstancias externas no le permitían ajustarse con rapidez a la evolución del mercado. En cualquier caso, la selección natural actuó, la empresa feneció y el Sr. A tuvo que reinventarse.
Antes de la crisis tenía en su empresa programas de aprendices que permitían que gente muy joven creciera profesional y, sobre todo, culturalmente, con gran rapidez
El problema central tal vez no fuera exclusivamente que nuestro Sr. A, al igual que muchísimos otros señores y señoras A, B o C de este país, sucumbiera a la selección natural, sino que, tal vez, el Sr. A, en el marco competitivo de su actividad empresarial, se veía obligado a nadar con una mano atada a la espalda puesto que la carga normativa y regulatoria que supuestamente es la misma para todos los competidores no representa de facto el mismo esfuerzo para todos ellos. No es lo mismo ser una empresa con mil colaboradores en plantilla que una que tenga cincuenta. El esfuerzo relativo que representa el cumplimiento normativo, la capacidad para sortear regulaciones incómodas o el poder de negociación con la administración no son los mismos por mucho que la norma sea teóricamente la misma para todos.
Es cierto que la normativa y la ley generan cultura, por ello podemos afirmar que el exceso de normativa, el ultraproteccionismo y, en líneas generales, la regulación excesiva también generan cultura. De hecho, generan una cultura inadecuada que, en el mundo de la empresa, especialmente entre la pequeña y mediana empresa, se transforma en hastío y en miedo y en el crecimiento de una mentalidad timorata en la que el verdadero riesgo no se visualiza solo alrededor de cómo evoluciona mi posición competitiva en el mercado sino en cómo puedo sobrevivir a la nueva veleidad que afecte a mi sector de actividad y que se le pueda ocurrir a la administración de turno para proteger de qué a quién sabe quién.
A mi juicio, sin duda, el factor más importante de éxito de la pyme en España es la necesaria evolución de la mentalidad del propio empresario. Esta debe evolucionar hacia la de un empresario moderno con mayores ambiciones, que sepa captar talento, con la sana ambición de crecer y de hacer que su empresa tenga mayor relevancia en el futuro, pero, para que eso ocurra, la pyme no puede nadar con una mano atada a la espalda. El estado no solo no hace nada para apoyar la selección natural, llamémosle en nuestro caso el papel del mercado, sino que hace todo lo posible para interferir en la misma y dificultar la evolución sana de aquellos más pequeños y capacitados a la vez que genera una mentalidad empresarial totalmente inadecuada.
Podemos afirmar que el exceso de normativa, el ultraproteccionismo y, en líneas generales, la regulación excesiva también generan cultura
Esa política de hiperregulación solo provoca que los más grandes cada vez sean más grandes y que al ascensor empresarial que hace que algunos de los pequeños puedan dar el salto de ambición y tamaño sea cada vez más caro acceder. Es decir, el estado hace justo lo contrario de lo que debería hacer, evitar la excesiva concentración en la economía para facilitar la competencia y que la ciudadanía no caiga en manos de monopolios y oligopolios.
Hay formas de incidir en la modernización de la mentalidad del empresario: foros de intercambio, programas formativos, cambios en el modelo de gobierno de las pymes, participación en las organizaciones empresariales, etc. Todo eso está muy bien, pero la mejor forma de que el pequeño empresario español pueda adoptar la mentalidad y la sana ambición de crecimiento adecuada para sustentar un tejido empresarial más resiliente es el fomento inteligente de la libre competencia y una retirada paulatina del estado de su afán normativo. Dejemos que el mercado actúe.
Tal vez si eso ocurriera en este país y, tras un par de generaciones, la cultura empresarial mutaría lo suficiente para tener a ese ascensor empresarial funcionando a toda velocidad. Los empresarios con mentalidad moderna y adecuada, preocupándose de lo que en realidad hay que preocuparse, tomarían ese ascensor para crecer. Otros no lo harían y se mantendrían en niveles más discretos. Esa sería su elección, pero al menos, la selección natural funcionaría adecuadamente y el perfil medio de las empresas españolas incrementaría su tamaño y su nivel de resiliencia.
Permítame acabar, estimado lector, con una nota de realismo, aunque sin apearme del siglo XIX. Cuando uno relee los Episodios nacionales, de nuestro insigne D. Benito Pérez Galdós, y se sumerge en la historia novelada de aquella época, además de encontrarse con una magna obra de enorme calidad literaria, se topa con la triste realidad de la historia y ante la evidencia de que los cambios de cultura, también en una comunidad o en una nación, requieren de un muy largo trabajo por parte de todos sus miembros durante muchísimos años. Es cierto, mucho han cambiado las cosas en casi doscientos años, pero, créame, si decide volver a leer esa obra, encontrará en ella muchas de las claves culturales que hacen que el estado adopte hoy el rol que denunciamos en estas páginas y que la mentalidad y la estructura empresarial española sean manifiestamente mejorable. Tras casi dos siglos, tal vez nos toque acelerar ese cambio cultural.













