Un muchacho nacido y criado en el entorno más rural de Kansas durante el Dust Bowl y la Gran Depresión, salvado en parte gracias a la pensión de viudedad de su madre pero también a un espíritu aventurero, inquieto y curioso que no le abandonó nunca. Vernon Smith, el padre de la economía experimental, demostró en 2002 que ganar el Premio Nobel de Economía es propio de personas que se arriesgan y que, a pesar de las opiniones de terceros, apuestan por ideas que en un primer momento pueden parecer rocambolescas, pero que se convierten en magníficamente revolucionarias con el paso del tiempo.
Texto: Berta Seijo
Fotos: Cedidas
«La economía experimental detecta los puntos débiles de los mercados y de las políticas antes de que las teorías sean grandes iniciativas públicas»
Si no me equivoco, aunque comenzó su trayectoria académica especializándose en física, cambió a ingeniería electrónica. Luego, en su último año de carrera decidió hacer un curso de economía. ¿Por qué le pareció interesante esta ciencia social?
Yo no sabía que existía un ámbito de conocimiento tan inesperadamente riguroso. Me fascinó y más partiendo de que mi carrera universitaria siempre había estado ligada a la física, la ingeniería y la química. Como no tenía nada que perder -pero sí ganas de hacer algo nuevo-, realicé este curso al que haces referencia. Después vinieron las primeras investigaciones en el terreno económico y lo primero que me vino a la cabeza es que todo se parecía mucho a la física. Por supuesto esta opinión cambió a lo largo del tiempo pero, sinceramente, en un primer momento me dejé arrastrar por la economía fruto de las semejanzas que veía con las otras ciencias.
Un cambio de rumbo que le condujo a recibir el Premio Nobel de Economía en 2002, junto con Daniel Kahneman, por su trabajo revolucionario en el terreno de la economía experimental. ¿Podría explicar a nuestros lectores en qué consistieron los primeros experimentos de laboratorio en el campo de la economía que encabezó?
A mediados de los años 50 me encontraba trabajando en la Universidad Purdue como profesor ayudante en la asignatura de Principios de Economía. En 1956 hice el primer experimento en el aula, justo cuando empezábamos el curso porque todavía ninguno de los estudiantes había leído nada sobre teorías económicas. No estaban nada contaminados y sólo se movían por su instinto, que los empujaba a comprar barato y a vender caro. En aquel momento quise poner a prueba las hipótesis de la teoría neoclásica de los mercados competitivos y averiguar por qué los mercados funcionan de la manera que funcionan. Por eso creé en el laboratorio las condiciones que, según el pensamiento económico convencional, se creían importantes a la hora de tomar decisiones en un mercado real de oferta y de demanda. La estructura de los experimentos era la siguiente: asigné al azar el rol de comprador y de vendedor a los participantes (mis alumnos de licenciatura), y luego comuniqué a cada uno de ellos y en privado el precio más bajo al que podían vender y el más alto al que podían comprar el producto ficticio que se negociaba. Los intercambios se realizaron en varios periodos de mercado consecutivos y mediante subasta en voz alta. El objetivo de todos los participantes era conseguir el precio más favorable según su propio interés.
«Según las enseñanzas convencionales, mis primeros experimentos no cumplían los requisitos para que se lograra la competencia perfecta: ni el número de vendedores y compradores era grande ni los participantes tenían a su alcance mucha información sobre el mercado. ¡Sin embargo, la oferta y la demanda convergieron de manera rápida y estable!”
¿A qué conclusiones llegó?
Me quedé sorprendido cuando vi que este mercado convergía totalmente hacia el equilibrio de la oferta y la demanda. No esperaba que los mercados funcionaran así porque, según las creencias y las enseñanzas convencionales, la competencia perfecta no podía alcanzarse fácilmente en los mercados reales si no se cumplían este par de requisitos: que el número de vendedores y compradores fuera bastante grande, y que todos los individuos tuvieran a su alcance información perfecta sobre la oferta y la demanda del mercado para poder comparar precios y tomar la decisión más adecuada. Y, precisamente, mis experimentos estaban conformados por un grupo reducido de participantes -¡con 4 o 6 en cada bando ya tenía bastante! -que sólo disponían de un pequeño fragmento de información del total -la que tenía que ver con sus circunstancias particulares-. Estas condiciones no impidieron que finalmente se alcanzara el equilibrio, es decir, que los precios obtenidos en el laboratorio se acercaran mucho a sus valores teóricos.
¿Y cuál fue su siguiente paso?
Durante los años siguientes introduje variaciones en los experimentos originales para encontrar los límites y la validez de estos mercados: alterando el entorno donde se da la oferta y la demanda, variando las normas de comercio, introduciendo recompensas en efectivo, etc. Eso sí, entre los años 60 y los 80 se sumaron más economistas que comenzaron a realizar sus propios experimentos.
Ya en los años 90, con algunos de los alumnos graduados -especialmente con Arlington Williams- llevamos a cabo los primeros experimentos con activos (valores o bienes inmuebles). Déjame remarcar que en los primeros experimentos -donde la oferta y la demanda convergían de manera rápida y estable- nos habíamos ayudado de bienes de consumo perecederos, que tienen una aplicación y un consumo inmediatos -particularmente en el sector de los servicios- y que no se pueden revender. Piensa en un billete de avión o en un corte de pelo, por ejemplo. Pasar de los bienes de consumo a los bienes de larga duración y renegociables marcó una gran diferencia: la posibilidad de reventa tenía un fuerte impacto sobre el comportamiento de los participantes. No importaba que fueran estudiantes, empresarios o financieros; los resultados en el laboratorio fueron peores de lo que esperábamos. Si no se repetía el ejercicio, era muy común que se crearan burbujas o colapsos. Y es que con frecuencia las expectativas de la gente se veían reforzadas y retroalimentadas, fenómeno que acababa cuando las transacciones empezaban a escasear por falta de financiación o por una relación desfavorable entre precio y rentabilidad. En este caso, es evidente que las teorías tradicionales no tuvieron éxito a la hora de explicar o entender el comportamiento en los juegos cooperativos.
«Cuando los fondos privados se meten en problemas pienso que es muy importante en materia de política gubernamental que se les deje quebrar. Si rescatas a los grandes bancos, como hicimos en Estados Unidos, estás rescatando a los inversores. (…) No dispones de un sistema adecuado de recompensa para la nueva actividad y frenas la recuperación del país. »
Veo que la economía experimental ayuda a entender (y prever) las burbujas…
En líneas generales, nos proporciona una mejor comprensión de cómo los incentivos forman la base del éxito de las políticas económicas. Y un buen ejemplo de ello es la gran burbuja inmobiliaria que comenzó en Estados Unidos en 1997 y que alcanzó el pico en 2006. Hay muchas razones para creer que la magnitud de esta burbuja vino determinada por los préstamos hipotecarios. La industria estaba llena de incentivos malos. Las entidades de crédito concedían muchos préstamos hipotecarios sin querer asumir ningún riesgo y, por ello, una vez cobraban la comisión intentaban revenderlos lo antes posible. Para quitárselos de encima, los empaquetaban en grandes portafolios de préstamos para poder venderlos a terceros y obtener más beneficios.
Cambiando de continente, ¿qué opinión le merece la respuesta de los gobiernos europeos a la crisis?
Cuando los fondos privados se meten en problemas pienso que es muy importante en materia de política gubernamental que se les deje quebrar. Si rescatas a los grandes bancos, como hicimos en Estados Unidos, estás rescatando a los inversores. ¡No había ningún problema con los depositantes! Los valores de la banca eran lo suficientemente altos como para cubrir posibles deudas… Además, teníamos el Fondo de Garantía de Depósitos… Para mí, está claro que los rescates están totalmente dirigidos a los inversores. Y el problema de esto es que si estas personas hacen inversiones que fracasan y los rescatas, estás negando la oportunidad a nuevos inversores que quieren participar de los beneficios del crecimiento económico. Es decir, no dispones de un sistema adecuado de recompensa para la nueva actividad y frenas la recuperación del país. Te estás quedando estancado en el bajo crecimiento económico porque arrastras a todos estos inversores que acaparan el mercado.
Me viene a la cabeza lo que ocurrió en los años 90 en Japón cuando la burbuja inmobiliaria explotó. El gobierno permitió que los bancos concedieran préstamos hipotecarios a valor contable sin tener en cuenta las pérdidas acumuladas. Estos préstamos se otorgaban a los solicitantes para que pudieran cumplir con sus pagos. Se bajó el tipo de interés paulatinamente y hacia finales de los 80 se situó en valores cercanos a cero. Después, el gobierno inyectó de forma masiva dinero público para contrarrestar la crisis bancaria; también aumentó su déficit a través de una bajada de impuestos y una subida de los gastos. Todos dependían de una supuesta recuperación como resultado de un nuevo crecimiento que no se materializó nunca.
¿Y qué me puede decir del caso de Suecia?
Es un claro ejemplo de recuperación gracias a la decisión del gobierno, que asumió la deuda de los bancos para evitar la quiebra del sistema, pero que no se hizo cargo de los activos tóxicos. De hecho se hizo responsable a la banca de la crisis, y ésta tuvo que anotarse las pérdidas y ofrecer avales al gobierno.
«Para los alumnos, la economía experimental es muy atractiva; no se trata sólo de leer sino de practicar, de realizar experimentos, de hacer surgir nuevas ideas o proyectos, etc. Hablamos de un tipo de enseñanza orientada a la acción, al descubrimiento.»
Tengo entendido que trabajó como asesor en el proceso de privatización de la energía eléctrica en Australia, y que participó en numerosos debates sobre la liberalización de la energía en Estados Unidos. ¿Cómo fue aplicar la economía experimental a la hora de tratar cuestiones del día a día?
Todo esto tiene que ver con el diseño de nuevos mercados. Gracias a los experimentos en el laboratorio podemos detectar de manera rápida y eficaz los puntos débiles de los mercados y de las políticas antes de que las ideas y las teorías sean grandes iniciativas públicas. Durante los años 80, con compañeros de la Universidad de Arizona comenzamos a analizar los mercados estructurales. Muchos países, especialmente extranjeros, se interesaron por nuestros estudios, pero nuestro mayor éxito fue en Australia, donde evaluamos varias maneras de organizar los mercados energéticos a través de experimentos. Los participantes eran personas que pertenecían al sector energético y al gobierno. Había mucho escepticismo; no creían que una industria así se pudiera estructurar alrededor de mercados… Sin embargo, finalmente se demostró que estaban equivocados. Hacia mediados de los años 90, el Mercado Eléctrico de Australia ya funcionaba con subastas de energía: las compañías comercializadoras, que se encargan de llevar la electricidad a los hogares de los consumidores, acuden a este mercado mayorista común donde llega toda la energía producida para adquirirla al precio que determine la subasta.
¿No ocurrió lo mismo con sus compatriotas, verdad?
En Estados Unidos hemos progresado gracias a los experimentos de laboratorio en diferentes ámbitos, pero no mucho en materia de energía eléctrica, por una sencilla razón: cada estado regula la parte que le corresponde. La Comisión Federal de la Regulación de Energía se encarga del mercado mayorista, que sí se ha globalizado bastante, pero entrar en las burbujas de los estados es más complicado porque las empresas de servicios públicos ejercen mucha influencia sobre los gobiernos locales (Texas es una excepción). No hay suficiente motivación para que abandonen sus privilegios a la hora de regular.
Por último, usted siempre ha defendido el diálogo entre diversas disciplinas. ¿Por qué es importante ir más allá de la economía?
«Un economista que es sólo economista no puede ser un buen economista». Me encanta esta cita de Friedrich Hayek! (ríe) A través de la economía experimental hemos fortalecido los lazos con otras disciplinas, sobre todo con la sociología y la psicología social. También volvimos a poner a Adam Smith en el punto de mira. Nunca habría pensado que uno de los mayores exponentes de la economía clásica hubiera escrito como obra prima La teoría de los sentimientos morales (1759), un libro sobre la sociabilidad del ser humano; un libro que tiene una aplicación inmediata si eres un economista experimental y has estudiado los juegos cooperativos. Entonces es interesante ver cómo esto nos hace volver al siglo XVIII, a la época de la Ilustración escocesa, y ayuda a que haya más investigadores dedicados a estudiar las teorías de Smith.
¿A través de la economía experimental?
Sí. De hecho, nuestro trabajo es cada vez más conocido; lo que hacemos es relevante en muchas áreas, como te he podido explicar. Por otra parte, destaca esta estrecha conexión con el mundo académico. Para los alumnos, la economía experimental es muy atractiva; no se trata sólo de leer sino de practicar, de realizar experimentos, de hacer surgir nuevas ideas o proyectos, etc. Hablamos de un tipo de enseñanza orientada a la acción, al descubrimiento. Además, la mejor manera que tiene un profesor de hacer efectivo lo que está enseñando es formar parte del propio proceso de aprendizaje.
Vernon Lomax Smith nació en Wichita (Kansas) el 1 de enero de 1927, justo antes de que empezara la Gran Depresión. Sus padres eran militantes socialistas y él también lo fue durante su juventud. A pesar de esto, su inmersión en el ámbito de la economía lo desvinculó tanto de la ideología política heredada como de la física y la ingeniería electrónica, ciencias que protagonizaron su primera etapa académica. De hecho, Smith se licenció en Ingeniería electrónica por el Instituto de Tecnología de California. Rápidamente, sin embargo, la economía -y, como consecuencia, el liberalismo- le sedujo i se doctoró en Harvard en 1955 para luego impartir clases en varias universidades norteamericanas, como Arizona, Stanford, Brown o Yale. Precisamente, sus alumnos de Purdue fueron los primeros ‘conejillos de indias’ con los que demostró la validez de la economía experimental, disciplina a la que llegó a causa de su insatisfacción con la manera en que los economistas recopilaban datos. Para él, observar nunca fue suficiente; había que ir más allá, ser más riguroso y disponer de un espíritu científico.
Su éxito como padre de la economía experimental posibilitó que pudiera participar en un gran número de programas de investigación y consultoría en la Rand Corporation, el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias del Comportamiento, la Comisión Federal de Comercio de EE. UU., el Chicago Mercantile Exchange, etc. Además, cuando ganó el Premio Nobel de Economía 2002, invirtió su parte (medio millón de dólares) para crear la International Foundation for Research in Experimental Economics (IFREE). Smith ha publicado más de 200 artículos y ha formado parte del consejo editorial de numerosas publicaciones científicas. Actualmente es profesor de Economía y Derecho en la Universidad Chapman.
Hasta hace relativamente poco, la economía se consideraba una ciencia no experimental que tenía que apoyarse en la observación del mundo real y no en experimentos de laboratorio. La creencia que imperaba era que el comportamiento humano y social es tan complejo que de ninguna de las maneras se puede alcanzar la precisión deseada. Con Vernon Smith, sin embargo, todo eso cambió. Este ingeniero diagnosticado con el trastorno de Asperger abrió nuevos caminos experimentando en un entorno controlado para poner a prueba teorías económicas y el funcionamiento de los mercados. Los aprendizajes obtenidos –de lo que años más tarde pasó a llamarse economía experimental– son útiles para investigadores pero también para los responsables de la implementación de políticas económicas.
La Academia sueca premió a Vernon Smith en 2002, junto con el profesor de Psicología y Asuntos Públicos de Princeton, Daniel Kahneman, con el Premio Nobel de Economía «por haber establecido la experimentación como una herramienta de análisis económico empírico, especialmente en el estudio de los mecanismos de los mercado alternativos». Su trabajo fue considerado revolucionario, uno de los hitos más decisivos de la teoría económica. Sin embargo, la publicación de los resultados no fue un camino de rosas… Según él mismo reconoce, «el editor de The Journal of Political Economy (Universidad de Chicago) tuvo que luchar contra viento y marea para mostrarse firme ante las opiniones de compañeros de profesión que le disuadían para que no publicara mis hallazgos». Tres años después del primer borrador, sin embargo, en abril de 1962, «An Experimental Study of Competitive Market Behavior» vio la luz.
A medida que su influencia se iba extendiendo, mucha gente del mundo de la economía se alegró de que se pusiera en entredicho el viejo paradigma racionalista de la economía dominante, según el cual sólo si todos los participantes poseen la misma información y actúan de manera racional los mercados son perfectamente eficientes.