Tenemos ya suficiente perspectiva para evaluar cómo es el nuevo mundo que nos deja la primera gran crisis global. Destacaremos algunos rasgos básicos muy interrelacionados.
Joan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
Empezamos fijándonos en el futuro del crecimiento económico. Algunos planteamientos hablan de los riesgos de un «estancamiento secular» con tasas de variación del PIB por debajo de la media de las últimas décadas precrisis, derivadas de cambios demográficos y distributivos que reducen el potencial de gasto, al menos en las economías avanzadas. Otros son más optimistas respecto a ello, partiendo del argumento que llegará una nueva ola de innovaciones científicas y tecnológicas que afectarán de forma muy importante las formas de vida y trabajo: desde avances en biotecnología o nanotecnología hasta herramientas como vehículos Google con prestaciones hasta hace poco inimaginables.
Pero incluso en esta versión más positiva, aparece la delicada cuestión de cómo se distribuirán los dividendos de tecnologías brillantes, ya que algunas de estas no parecen ser intensivas en cuanto a la creación de puestos de trabajo, o al menos no lo son directamente (o en todo caso, son mucho menos intensivas que en anteriores oleadas de innovación del capitalismo). Queda abierto, también, el debate sobre la velocidad y la magnitud con que estas innovaciones se traducirían en ganancias efectivos de productividad. Y mientras dura la discusión entre optimistas y pesimistas, el FMI acaba de describir las perspectivas de crecimiento actuales y futuras como «mediocres».
La polarización en la distribución de la renta comenzó antes de la crisis, con un reparto muy asimétrico de los llamados «dividendos de la globalización» que se agravó en muchos países con la gestión de la crisis y de los ajustes y sacrificios que comportó. Y ahora se vislumbra como los eventuales dividendos de la recuperación pueden acentuar esta dinámica de desigualdades
Los problemas distributivos, en primer plano
Por otra parte, los problemas distributivos, de reparto de la riqueza, han pasado a ocupar el primer plano. Las crecientes fricciones sociales y políticas derivadas de la constatación de una polarización creciente de la renta en los segmentos más privilegiados (los famosos top 1 o 10%), junto con el deterioro de la situación de amplias porciones de las clases medias a las economías occidentales, ha roto la estabilidad lograda en buena parte de la segunda mitad del siglo XX.
Ahora sabemos que la polarización en la distribución de la renta comenzó antes de la crisis, con un reparto muy asimétrico de los llamados «dividendos de la globalización», y que se agravó en muchos países con la gestión de la crisis y de los ajustes y sacrificios que comportó. Ahora se vislumbra como los eventuales dividendos de la recuperación pueden acentuar esta dinámica de desigualdades, con implicaciones socioeconómicas que siempre son delicadas, pero que, en un contexto de crecimiento «mediocre» (FMI dixit), pueden ser especialmente peligrosas, tal como se evidenció en Europa en el período comprendido entre las dos guerras mundiales.
Un tercer rasgo hace referencia a los cambios en las reglas del juego. A nivel interno, se constata en muchos países como la polarización económica ha sido causa y efecto a la hora de explicar las modificaciones en las regulaciones financieras -eliminando las prudentes normas impuestas inicialmente en Estados Unidos por la administración Roosevelt y derogadas desde finales de los 1980 con la coartada esta vez es diferente– que, en contra de las promesas de eficiencia, han llevado a fragilidades. Las revisiones de la fiscalidad a favor de los segmentos más altos -ahora bajo el argumento / coartada que su movilidad internacional les da más poder de negociación frente a los gobiernos nacionales- es percibida como otra forma insolidaria e ineficiente de gestionar los bienes y servicios públicos, cuyo volumen se ve, por tanto, revisado a la baja.
A pesar de las responsabilidades de estos factores en la gestación de la crisis, parece que ahora se vuelve a las andadas. El FMI apuntaba recientemente en un «nuevo desequilibrio global» referido a la mayor facilidad a asumir riesgos financieros que en la economía directamente productiva: un inquietante déjà-vu.
El hecho de que Europa haya sido la región del mundo donde más lejos llegó la complementariedad entre crecimiento-democracia-bienestar hace que sea nuestro Viejo Continente que ve peligrar sus referencias, unos riesgos acentuados por unas fricciones internas entre Norte y Sur de Europa que en sentido totalmente opuesto al espíritu fundacional de la UE
Quién manda en el mundo marca los modelos de referencia
A nivel internacional, la redistribución de potencial económico, en contra de las economías occidentales y en favor de los emergentes, se está completando con la redistribución del poder político. Y quien manda en el mundo exporta no sólo mercancías o capitales, sino también formas de ver el mundo y modelos de referencia. Y, en este sentido, los modelos de los principales países emergentes no tienen la misma concepción sobre qué significan los derechos humanos, la democracia o los compromisos de los poderes públicos con políticas sociales que el modelo occidental que ha dominado hasta ahora.
El hecho de que Europa haya sido la región del mundo donde más lejos llegó la complementariedad entre crecimiento-democracia-bienestar hace que sea nuestro Viejo Continente que ve peligrar sus referencias, unos riesgos acentuados por unas fricciones internas entre Norte y Sur de Europa que en sentido totalmente opuesto al espíritu fundacional de la UE.
Una larga lista de retos económicos y sociopolíticos
El paisaje es, pues, preocupante y deja una larga lista de retos económicos y sociopolíticos. La Humanidad afronta grandes desafíos cuando sale de momentos de graves tensiones, pero no siempre los gestiona bien. Después de la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles y su aplicación llevaron a polarizaciones maniqueas y tensiones y enfrentamientos entre países y dentro de los países, y, finalmente, en la Segunda Guerra Mundial.
Después de ésta, un sistema -Bretton Woods- basado en equilibrios más razonables entre mercados y gobiernos, entre herramientas nacionales y mecanismos de coordinación supranacionales y entre incentivos a la eficiencia complementarios con mecanismos de cohesión, generó una era de más expansión. Y, entre otros resultados, permitió un proceso de desendeudamiento público histórico -lo que evidenció el potencial del crecimiento más que de las políticas contractives-, desde cotas próximas a las actuales después de la Segunda Guerra Mundial hasta niveles de mínimos a los años 1970… antes de retomar una trayectoria de más endeudamiento que, aun siendo verdad que se acentúa con la crisis, se inició al mismo tiempo que los aumentos de las desigualdades desde finales del siglo XX.
1919 -> 1944 -> 2008 -> 2015 | |
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Un nuevo Versalles o un nuevo Bretton Woods | |
¿Después de la crisis histórica que estalla en 2008, saldremos con un "nuevo Versalles" de fricciones, tensiones y conflictos, o bien con un "nuevo Bretton Woods", logrando equilibrios razonables y potenciando complementariedades más que contraposiciones? | |
A escala global y europea, esta es una pregunta fundamental: ver si repetimos los errores de la Historia o aprendemos sus lecciones. |
Capitalismo 3.0 | |
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Los economistas Rodrik y Piketty usan periodificaciones similares del capitalismo: una primera etapa con poca intervención pública y con desigualdades; una segunda con políticas keynesianas y más redistribución, y, ahora con el interrogante de si el nuevo capitalismo global será la extensión de esta segunda fase a nivel mundial o si se está aprovechando la globalización + crisis para hacer una regresión a una versión global de la primera. |