Sobre los efectos de la crisis en la economía norteamericana, europea y española, el paro, la inflación, los salarios y las pensiones, entre otros temas, hablamos en esta conversación con Edmund S. Phelps (Evanston, Illinois, EE.UU, 1933), un economista prudente que cierra la entrevista con un sabio consejo: «Empiecen a ahorrar ahora».
Text: Emma Bouisset
«La economía española está seriamente carente de retos y de innovación.»
En su libro What has gone wrong up until now analizaba los inicios de la crisis y apuntaba a la falta de regulación del sector bancario como uno de los causantes. Ahora que parece que lo peor ya ha pasado, ¿cree que esto se ha corregido?
No. No creo que ni la debilidad ni la vulnerabilidad se hayan corregido. Al menos, no se han corregido en términos generales. No puedo hablar de los bancos españoles en particular, pero, en general, se considera que en Estados Unidos y en Gran Bretaña los bancos siguen siendo muy vulnerables a los efectos de una burbuja y un col•lapso financiero, a pesar de que ahora no haya ninguna burbuja a la vista… Al menos yo no auguro una crisis financiera procedente de la explosión de la burbuja especulativa. Aunque, por supuesto, los acontecimientos en Grecia podrían desarrollarse de forma que causaran una crisis financiera, y esto tendría efectos adversos en los bancos españoles.
En Mass Flourishing: How Grassroots Innovation Created Jobs, Challenge, and Change en cambio, profundiza sobre lo que hace que las naciones prosperen. Entre otros factores, señala la innovación y la satisfacción en el puesto de trabajo. ¿Sabe que, según el último Eurobarómetro (2014), en España sólo un 20% de los trabajadores está satisfecho con sus condiciones laborales?
La verdad es que, por un lado, estos datos me sorprenden, sobre todo en comparación con las de otros países europeos, pero, por otro, no, porque creo que la economía española está seriamente carente de retos y de innovación, por lo que no resulta extraño que el lugar de trabajo sea un espacio aburrido e inhóspito para los trabajadores. En consecuencia, detrás de esta falta de innovación surgen nuevos problemas por resolver. Y me doy cuenta que esto también ocurre en Italia, por ejemplo. De hecho, incluso en Alemania, ya que el suyo es un caso de exportación, no de innovación.
¿Qué deberían hacer empresa y gobiernos, pues, para girar la tortilla?
Trabajar para transformar la economía en una economía más interesante, con más retos y más innovación.
«Seamos sinceros, algunos recortes eran realmente necesarias en algunos países como Grecia, donde el Gobierno nacional había agotado sus posibilidades de endeudamiento en los mercados financieros. Por su condición fiscal patológica, por tanto, los recortes eran inevitables para conseguir la ayuda de emergencia de la UE. Sin embargo, creo que los recortes no conducirán necesariamente a un nuevo florecimiento de la economía.»
¿Y cómo se hace esto? Deberíamos empezar, tal vez, potenciando un sistema educativo que promueva los valores de la innovación para el progreso y el emprendimiento?
Sí. Porque ahora ya es un poco tarde para empezar con los actuales empresarios. Creo que habría que empezar a trabajar durante el ciclo de educación infantil. Algunos expertos defienden que debería hacerse incluso antes, en la guardería. Afirman que hay que enseñar a los niños a aprender a ponerse de pie por su cuenta; que sean capaces de separarse del grupo. Quieren despertar su curiosidad por explorar, experimentar, imaginar y crear. Pero este es un programa que exige unos 12 o 14 años. ¡Quizás nos podríamos ver dentro de 12 o 14 años y volvemos a hablarlo!
Hablando de años… después de seis años de recortes, ¿cree que las economías occidentales volverán a florecer?
Lo veo un poco complicado. Y es que, seamos sinceros, algunos recortes eran realmente necesarios en algunos países como Grecia, donde el Gobierno nacional había agotado sus posibilidades de endeudamiento en los mercados financieros. Por su condición fiscal patológica, por tanto, los recortes eran inevitables para conseguir la ayuda de emergencia de la UE. Sin embargo, creo que los recortes no conducirán necesariamente a un nuevo florecimiento de la economía. Sí que ha habido algunos signos de recuperación en países como Irlanda. Algunas economías han recuperado su estado de salud. Otros, sin embargo, tienen problemas más profundos, además de los que afectan a la economía fiscal, o problemas futuros que alteran el círculo financiero. En este sentido, me siento más cómodo apuntando hacia Grecia o hacia Italia, ya que el caso de España es algo más complicado. En Italia, por ejemplo, nunca ha habido un largo periodo de innovación sostenida en su economía. Ha habido períodos en que la economía italiana fue bastante bien -la década de 1980 fue un período muy bueno, por ejemplo-, pero no es una economía muy dinámica. Por eso, cuando Italia logró contener sus déficits fiscales, esto no fue suficiente para llevarla de vuelta a la prosperidad. No sabría decir exactamente en qué categoría ubicaría a España. No estoy seguro de si la española es una economía suficientemente dinámica para volver a conseguir un alto rendimiento después de los daños causados por el estallido de la burbuja especulativa de la construcción. Pero mi impresión es que España es otro de los países que debe ser mucho más dinámico o seguirá teniendo un problema grave de desempleo y de crecimiento lento.
«España es otro de los países que debe ser mucho más dinámico o seguirá teniendo un problema grave de desempleo y de crecimiento lento.»
¿Y qué pasa con la desigualdad? Las reducciones de los salarios de los últimos años están provocando que nuestra clase media sea cada vez más escasa. ¿Cómo afectará esto a largo plazo?
No creo que España vuelva a ser como era hace 20 años. Hubo un periodo de tiempo en que aquí se vivió por encima de las posibilidades reales; no había déficit fiscal, es cierto, pero se disfrutaba de un auge de la construcción que no era sostenible, y que ni siquiera estaba económicamente garantizado: era imposible que consiguiera nunca suficiente demanda para todas las estructuras que se habían llegado a construir. Así que, durante este período, cuando España estaba viviendo en una especie de atmósfera de éxtasis de las condiciones de auge, las empresas, en general, fueron demasiado confiadas: establecieron salarios demasiado elevados. En la euforia del boom español, las empresas actuaron de forma insostenible, y ahora estamos viendo el desenlace: el retroceso de las condiciones provocadas por esta euforia.
Cuando en 2006 fue galardonado con el Premio Nobel, la Academia Sueca justificó su elección por «su análisis de las compensaciones intertemporales en las políticas macroeconómicas». Entre otras cosas, y si no me equivoco, usted expuso que las tasas de inflación y de empleo no tenían una relación tan simple como se había pensado hasta entonces. ¿Nos podría explicar su investigación de forma sencilla?
La idea básica es que no hay ninguna razón para pensar que una economía que prefiere tener un rápido crecimiento de la oferta monetaria, un rápido crecimiento de los salarios nominales y un rápido crecimiento de los precios del dinero obtendrá, como subproducto, un aumento del empleo. Lo que importa para mantener altos los niveles de empleo no son ni el precio del dinero, ni los salarios, ni la oferta monetaria. El dinero es una especie de velo, pero tenemos que mirar a través de este velo para poder pensar en los salarios reales y en los precios pertinentes; en la riqueza real, al fin y al cabo. Estadísticamente no se ha encontrado ninguna relación a largo plazo entre la tasa de inflación de un país y su nivel de empleo. El Banco Central Europeo ha seguido una política que, de hecho, ha sido pasiva respecto al ritmo de la inflación y ahora encontramos tasas de inflación europeas cercanas al cero, algunas de ellas incluso negativas gracias a la caída del precio del petróleo. Así que algunos de los defensores de la antigua visión sobre esta relación desempleo-inflación dicen que si Europa está sufriendo altas tasas de paro es porque las tasas de inflación se han fijado en un nivel demasiado bajo, y que si el Banco Central Europeo devolviera la tasa de inflación del 2%, entonces veríamos cómo se produce una disminución sostenida del desempleo. En cambio, otros economistas, como yo mismo, defendemos que, si bien hay algo de verdad en ello, fundamentalmente el nivel de las tasas de paro en la zona euro dentro de cinco años dependerá de las fuerzas estructurales de la economía y, en particular, de la innovación, del espíritu empresarial, de la creatividad, etc.
«Aunque practicar una política más inflacionista puede tener efectos transitorios sobre la tasa de desempleo, no hay suficientes razones para afirmar que conlleve una reducción prominente y duradera.»
Precisamente, uno de los condicionantes de su campo de trabajo ha sido el factor tiempo…
Efectivamente, mi proposición es una proposición de largo recorrido y defiende que, aunque practicar una política más inflacionista puede tener efectos transitorios sobre la tasa de desempleo, no hay suficientes razones para afirmar que conlleve una reducción prominente y duradera. Esta es la proposición. Pero entonces, ¿cómo decidimos si habría que potenciar la deflación para siempre, o la inflación para siempre, o mantener la inflación que tenemos ahora para el futuro? Esta es una buena pregunta sobre la que ya leí unas 300 o 400 páginas en mi juventud, y que requiere un sofisticado análisis estadístico para poder obtener una respuesta y comprobar así la plausibilidad de la teoría.
Otro objeto de estudio a lo largo de su carrera ha sido la acumulación de capital (el ahorro nacional) y sus efectos a corto y largo plazo. No es un tema banal, cuando actualmente el futuro de las pensiones está en entredicho. Déjeme preguntarle, pues, si cree que una vez termine esta entrevista debería ir inmediatamente al banco a contratar un plan de pensiones…
Esta es una gran pregunta, ¡independientemente de mi trabajo! Siempre me he preguntado por qué la gente no contrata un plan de pensiones para cuando llegue el momento de la jubilación (sobre todo ahora, que vivimos más años). En EE.UU, por ejemplo, hay mucha gente que es casi incapaz de ahorrar y que cree que alguna hada ya se hará cargo de ellos en el futuro (aunque es cierto que desde que vivimos una época de tremenda pérdida de la innovación en América -tenemos tasas de crecimiento de la productividad en torno al 1% en lugar del 3% de hace décadas- las tasas de ahorro han repuntado un poco). Pero el problema más grave es que los gobiernos también se comportan como si hubiera alguna hada que irá a rescatarlos. Así que han creado de la nada todos estos subsidios: los subsidios de atención médica en la vejez, etc. Y hay muchos estadounidenses que se aferran a eso porque no tienen nada más: pueden ser propietarios de una casa, sí, pero esta probablemente está hipotecada, por lo que no son los dueños del todo. Así que supongo que lo que pasará ahora es que, o bien se tendrán que reducir estos subsidios o bien habrá que aumentar mucho las tasas fiscales para proporcionar los ingresos al Estado que estos derechos requieren. No sé cuál es la situación en España, pero me imagino que los subsidios son bastante elevados… ¿Todo el mundo tiene una pensión del Gobierno?
Si el trabajador cotiza bastante, sí…
Pues supongo que esto será un problema, porque su PIB todavía debe de estar situado por debajo de su tendencia… Así que, respondiendo a tu pregunta, ¡empiece a ahorrar ya!
Graduado en Economía en Amherst (1955) y doctorado en Yale (1959), universidad donde conoció a James Tobin y a Thomas Schelling -galardonados también con el Nobel años después-, Edmund S. Phelps trabajó en la RAND Corporation antes de volver al mundo académico en 1960, esta vez como docente. Al mismo tiempo, el economista comenzó a ofrecer sus servicios como investigador en la fundación Cowles, tarea que le permitía relacionarse con expertos de alto nivel en la teoría del crecimiento como David Cass o Tjalling Koopmans. Seis años después, Phelps cambió Yale por la Universidad de Pensilvania, donde siguió impartiendo clases de economía y profundizó a la vez sobre el vínculo entre empleo, ajuste de los salarios e inflación, hasta publicar Money-Wage Dynamics and Labor Market Equilibrium (1968), pilar de sus investigaciones. Aparte de ganar el Premio Nobel de Economía del 2006, también ha recibido la insignia de Caballero de la Legión de Honor de Francia (2008) y ha sido nombrado miembro de pleno derecho de la Academia de Ciencias de Rusia. Actualmente, Phelps es el director del Center on Capitalism and Society de la Universidad de Columbia.
La Real Academia Sueca de las Ciencias premió a Edmund S. Phelps «por su análisis de las compensaciones intertemporales en la política macroeconómica». Y es que «la tarea de Phelps ha intensificado nuestra comprensión sobre la relación entre los efectos a largo y corto plazo de las políticas económicas. Sus contribuciones han tenido un impacto decisivo tanto en la investigación económica como en la política económica», afirma el organismo. La Academia recordaba así cómo conseguir el mínimo paro posible y contener la inflación eran y son dos de los objetivos centrales de las políticas de estabilización. En este sentido, la llamada curva de Phillips establecía que para reducir el desempleo se había de producir un aumento de los salarios (y, por tanto, de la inflación). Sin embargo, Phelps desafió este punto de vista aportando un análisis más profundo sobre los determinantes que influyen en los salarios y los precios, teniendo en cuenta los problemas de la información en la economía y las expectativas individuales, y formuló la hipótesis de la curva de Phillips aumentada por expectativas, según la cual la inflación depende tanto de las expectativas de desempleo como de las de inflación. De este modo, las futuras políticas de estabilización estarán condicionadas por las decisiones tomadas hoy en día. O lo que es lo mismo: una inflación actual a la baja conduce a expectativas de baja inflación también en el futuro, lo que facilita establecer políticas al respecto.
Por otra parte, la Real Academia también tuvo en cuenta el trabajo de Phelps sobre el problema de las compensaciones intertemporales, que son de importancia central cuando se refieren a la tasa deseable de la formación de capital. «La generación de hoy puede elevar el bienestar de las generaciones futuras», explican desde esta institución. Phelps aclararó posibles conflictos de distribución entre las generaciones y también demostró que todas las generaciones pueden, bajo ciertas condiciones, beneficiarse de los cambios en la tasa de ahorro.
Por último, desde el organismo sueco también reconocen como motivo de alabanza que el Premio Nobel «fue pionero en el análisis de la importancia del capital humano para la difusión de las nuevas tecnologías y, por tanto, para el crecimiento».
Si bien nadie duda del poder innovador de visionarios como Henry Ford o Steve Jobs, la verdadera revolución para conseguir el progreso sólo se consigue cuando el número de mentes facultadas para pensar, desarrollar y comercializar productos y procesos nuevos y/o que mejoran los existentes se cuentan por millones. Y ahora, esto no ocurre. Esta es la alarmante hipótesis sobre la que pivota el último libro de Edmund S. Phelps, Mass Flourishing: How Grassroots Innovation Created Jobs, Challenge and Change (Princetown University Press, 2013) y que fue merecedor de la Gold Medal in Economics 2014 en los Axiom Business Book Awards y está considerado como uno de los mejores textos de economía de 2013 por el Financial Times.