Las élites se vierten a acaparar el poder, pero este se puede limitar mediante su fragmentación y con una mayor democratización de las instituciones. Así lo hacen en EEUU, donde dividen el poder de la siguiente manera: mientras que la política se hace en Washington, la economía se dirige desde Nueva York.
Xavier Torrens. Profesor de Ciencia Política en la UB, politólogo y sociólogo.
En España existe una fuerte tendencia en la cultura política a llevar a cabo ciertas interferencias entre los tres poderes -ejecutivo (gobierno), legislativo (parlamento) y sistema judicial-, así como a centralizar los mismos (sobre todo en el caso del poder judicial). A estas dos circunstancias se le añade una tercera: la inclinación hacia la unificación del poder político y el económico en la misma ciudad: Madrid. Tres hechos que, en conjunto, son contraproducentes para progresar hacia cotas más altas de democracia avanzada y que, por otra parte, también son negativos para disfrutar de un entorno innovador en la economía. Así pues, hay que plantearse por qué una mayor separación de los poderes sería buena para la economía competitiva y para una democracia más avanzada. Para ello, fijémonos en el modelo que impera en los Estados Unidos de América, donde Washington es la capital política y Nueva York, la económica.
Separar e incluso trocear
En efecto, en EEUU hay dos tipos de capitales: las capitales políticas y las capitales económicas. Las capitales políticas son la sede de las instituciones políticas del sistema democrático. A modo de ejemplo, son capitales políticas: Austin (Texas), Sacramento (California), Tallahassee (Florida), Carson City (Nevada), Harrisburg (Pensilvania) o Springfield (Illinois).
En contraste, las capitales económicas estadounidenses son otras ciudades donde están las estructuras económicas, es decir, el tejido industrial, el entramado de servicios, las sedes bancarias y las sedes corporativas. Así, son capitales económicas: Dallas, San Antonio y Houston (Texas); Los Ángeles, San Francisco y San Diego (California); Miami y Orlando (Florida); Las Vegas (Nevada); Filadelfia y Pittsburgh (Pensilvania); o Chicago (Illinois).
Esta diferenciación deja bien clara la separación de los poderes entre las capitales políticas y económicas, a pesar de que en este país también haya excepciones en este sentido. Así, Denver, por ejemplo, es a la vez capital política y económica de Colorado, como también ocurre en el caso de Boston (Massachusetts) o de Atlanta (Georgia).
Cogiendo el último caso, nos damos cuenta de que en EEUU primero se separan los poderes político y económico y, después, se trocean por dentro. De este modo, no todo el poder económico reside en Nueva York, ni mucho menos. En la capital de The Peach State (como se conoce popularmente el Estado de Georgia) tienen su sede corporativa grandes multinacionales de la talla de Coca-Cola, la CNN, Delta Air Lines, Home Depot o UPS. Por tanto, estas multinacionales no eligen establecer su casa madre operativa ni en la capital política de Estados Unidos, Washington, ni en la capital económica, Nueva York. No se les han caído los anillos a la hora de escoger Atlanta. Como tampoco supone ningún estruendo para el país que Los Ángeles sea la capital hollywoodiense del cine (y no Nueva York), o que Atlanta sea la ciudad aeroportuaria por excelencia en tráfico de pasajeros (en detrimento de Washington). O dicho de otro modo: en EEUU han entendido que fragmentar el poder es una de las claves de bóveda para entender cómo democratizar las instituciones y dinamizar la economía.
Incentivar de verdad una mayor separación real de los poderes nos llevaría hacia una democracia avanzada, además de mejorar la economía. Regenerar la cultura política exige tiempo, pero da resultados bastante positivos
Y en nuestro país, ¿qué?
Y ahora nosotros nos preguntamos: ¿todo esto también sucede en España? Salta a la vista que no. Siguiendo el hilo del caso aeroportuario, el Gobierno español quiere poner estas infraestructuras en manos privadas, pero manteniendo la misma tendencia centralizadora del poder en Madrid. Por lo tanto, poco se resuelve si la gestión se privatiza sin descentralizar, sólo segmentando la gestión aeroportuaria. En cambio, si el aeropuerto de Barcelona-El Prat se gestionara desde la capital catalana, esta infraestructura tendría bastante más proyección internacional porque Barcelona podría dirigirla de forma más competitiva. Un planteamiento que sería bueno para la economía de esta comunidad autónoma y que, además, iría en detrimento del canon de la centralidad madrileña.
¿Más ventajas de una eventual descentralización? La reducción del poder de la élite castellana a favor de la élite catalana, hecho que estimularía un mejor crecimiento económico de Cataluña, demostrando, una vez más, los beneficios de separar los poderes.
Llegados a este punto, pues, podemos afirmar que la centralización de todo en una única ciudad -en este caso, Madrid- es uno de los factores que se arrastran en la connivencia del poder político y económico. Si aún nos quedan dudas, basta con mencionar el caso flagrante de las líneas de AVE: hasta ahora, y menoscabando los criterios económicos, todos los trayectos tienen esta ciudad como núcleo central. Y entretanto todavía queda por hacer lo que sí aportaría rendimientos económicos: el AVE Barcelona-Valencia o el corredor del mediterráneo. Por lo tanto, uno de los caminos para disponer de una economía con una mayor competitividad empresarial así como de unas instituciones políticas más plurales es que la capital del Estado español vea disminuida su centralidad.
Fragmentar el poder implica frenar la generación de situaciones de monopolio u oligopolio, tanto del poder político como del económico. Una receta eficaz es la segmentación del poder mediante la descentralización
Centrifugadora política mundial
Todo esto va en línea con el análisis de los micropoderes hecha por el economista venezolano Moisés Naím en El fin del poder, el primer libro seleccionado por Mark Zuckerberg en su club de lectura en Facebook. Naím afirma que en el mundo está emergiendo una especie de centrifugadora política que trocea el poder. Desgraciadamente, esta tendencia global parece lejos de hacerse realidad en nuestro país, donde es lastimoso ver cómo las élites españolas continúan aferrándose a su poder sin tener en cuenta la mejora para la economía que significaría su fragmentación.
Finalmente, uno de los casos más graves de la fusión, o por lo menos confusión, de los tres poderes es en el ámbito del poder judicial. La percepción de los ciudadanos españoles en cuanto a la independencia del sistema judicial no ha hecho más que bajar. Del 2013 al 2014, por ejemplo, la confianza registró un descenso de 0,8 puntos, pasando del 4 hasta el 3,2, en una escala del 1 al 7. Y es que el poder ejecutivo interfiere en las cúpulas judiciales. Un ejemplo es el actual presidente del Tribunal Constitucional, que fue escogido cuando militaba con el carnet del partido político del Gobierno. Y si ni se respetan las formas, entonces, por supuesto, aquí cuesta percibir como independientes a los poderes democráticos.
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