Para crear un mundo sostenible, precisamos líderes responsables que persigan sus objetivos en equilibrio con el interés común.
Albert Bosch. Aventurero y emprendedor.
Cuando hice la travesía de la Antártida desde la costa hasta el Polo Sur, abandonando a mi compañero en el kilómetro 31 y continuando solo durante los 1.170 restantes durante 48 días hasta llegar al punto final, estaba constantemente conectado con las historias de los grandes exploradores polares de la historia.
Recordaba a Roald Amundsen y su equipo, que fueron los primeros humanos en pisar el punto más austral del planeta el día 14 de diciembre de 1911, anticipándose a los británicos, en la que se denominó “la carrera del Polo Sur”, por haber coincidido ambas expediciones en las mismas fechas. Amundsen tenía mucha experiencia y era un líder exigente y ambicioso, pero muy empático y respetuoso con los miembros de su expedición; y sus hombres le admiraban y confiaban totalmente en él.
Antes de plantearnos cualquier proyecto, deberíamos hacernos algunas preguntas clave: ¿Vale todo para conseguir nuestro propósito? ¿Existen límites a la hora de perseguir los resultados? ¿Qué es primero: el objetivo o las personas?
También pensaba en el capitán Robert Falcon Scott, un militar con una cultura muy centrada en la consecución del objetivo. La presión, el orden jerárquico de mando y el sacrificio por el resultado final eran pilares básicos de su estilo de liderazgo. Consideraba que los británicos debían ser los primeros en hallar el Polo Sur, y que Amundsen era prácticamente un tramposo por no haber anunciado anteriormente su intención de intentar este objetivo en la misma temporada que ellos. Estaba obsesionado en conseguir llegar antes que el noruego y ofrecer esa gloria a su nación. Con todo ello, cometió diversos errores logísticos, a la vez que no respetó los límites físicos de su equipo, forzando el avance a pesar de que algunos mostraban claros síntomas de escorbuto y de debilidad. Consiguió llegar, pero 34 días más tarde que el noruego, y encontrándose allí una tienda con una carta de Roald Amundsen solicitándole que la entregara al rey Haakon VII de Noruega en caso de que él y sus hombres fallecieran en el viaje de regreso, para que su país supiese que habían conseguido llegar al Polo Sur antes que nadie. En el camino de regreso, graves errores de planificación y una combinación de agotamiento, hambre y frío extremo provocó las muertes de los cinco miembros del grupo de Scott, él incluido, antes de llegar, de nuevo, a la costa antártica.
Cuando renunciar convierte en leyenda
Cuando pasé por el grado 89 de latitud de la Tierra, sentí una emoción especial porque me quedaba sólo un grado (unos 111 Km) para llegar a mi objetivo, después de un mes y medio en total soledad, y pensaba que ya casi lo había conseguido. Pero aparte de las otras dos historias mencionadas, allí tenía muy presente que, en ese punto exacto, en el año 1909 (dos años antes que Scott y Amundsen), Ernest Shackleton dio media vuelta cuando iba a ser el primer hombre en la historia en conseguir llegar al Polo Sur. En su diario escribió que, cada día, sus hombres estaban más débiles y que, si bien podrían llegar al Polo, sería imposible que después consiguiesen regresar de nuevo hasta la costa para encontrar su barco. Renunció al gran sueño de toda su vida porque ponía en riesgo la vida de los miembros de su equipo. Tres años después de las expediciones de Amundsen y Scott, Shackleton organizó otra gran aventura, para cruzar la Antártida de costa a costa pasando por el Polo Sur. Al inicio de la travesía, su barco quedó prisionero del hielo y tuvo que cambiar su objetivo inicial por el de intentar sacar vivos a sus hombres de allí, en la que se convirtió en una de las odiseas más conocidas de la historia de la exploración, porque tardaron 18 meses en poder salir de allí. Scott nunca consiguió su objetivo de ir al Polo Sur, pero nunca perdió un solo hombre. Quizás por ello se le considera uno de los grandes líderes de la historia.
El liderazgo responsable es aquel que persigue sus resultados con perseverancia, con pasión y con ambición, pero a la vez tiene en cuenta las consecuencias de ese proceso, y se compromete con el impacto social y ambiental que comporta
Compromiso y ambición; filosofía y valores
De esas historias polares me ha quedado la convicción de que, para perseguir un objetivo, hay que hacerlo con todo el compromiso posible y la máxima ambición. Sea para cruzar la Antártida, para escalar el Everest o para tener éxito en un proyecto empresarial, necesitamos la máxima pasión y toda la determinación posible, tanto del líder (o las personas en posición de liderazgo) como de todo el equipo, para poder conseguir los mejores resultados posibles.
Pero, antes de plantearnos cualquier proyecto, deberíamos hacernos algunas preguntas clave. Por ejemplo: ¿Vale todo para conseguir nuestro propósito? ¿Existen límites a la hora de perseguir los resultados? ¿Qué es primero: el objetivo o las personas? Y, también, deberíamos preguntarnos qué aportamos a la sociedad en positivo y en negativo, al trabajar por alcanzar nuestras metas. Las respuestas a este tipo de preguntas determinarán la filosofía, los valores y la ética de nuestra organización y de los proyectos que lideramos.
En el mundo en que vivimos, con toda la información que tenemos y los grandes retos a los que nos enfrentamos como sociedad y como planeta, la palabra “Líder”, a secas, debería quedar descartada, y sólo deberíamos admitir a los líderes que acepten poner la palabra “Responsable” a continuación. Porque el liderazgo responsable es aquel que persigue sus resultados con perseverancia, con pasión y con ambición, pero a la vez, tiene en cuenta las consecuencias de ese proceso, y se compromete con el impacto social y ambiental que comporta.
Las organizaciones son agentes clave a la hora de gestionar el presente y construir el futuro, y si queremos un mundo sostenible necesitamos liderazgos responsables que se comprometan con ello. Los liderazgos a secas, de los cuales abundan en demasía en nuestro entorno empresarial y político, nos llevarán directos a un mundo “IN-SOSTENIBLE”. Y si pensamos cinco segundos en esta palabra, no nos costará nada entender que es una opción absolutamente inaceptable.
Al final, tanto las empresas como las personas pueden ser egoístas o inteligentes. Las egoístas solo persiguen sus intereses sin importarles las consecuencias; y las inteligentes persiguen sus intereses en equilibrio con los intereses comunes. Y esta es la responsabilidad que debería asumir y aplicar todo líder del mundo actual.