FRANCISCO J. TATO JIMÉNEZ. Decano-presidente del Colegio Profesional de Economistas de Sevilla.
El concepto de tipo de interés es comúnmente definido por la comunidad económica como “el precio del dinero”. De este modo, el tipo de interés o precio del dinero será mayor o menor en función del riesgo que asuma el “vendedor” en cada operación. Es decir, cuanto mayor sea el riesgo de la operación en cuestión, mayor será la prima de riesgo que se aplicará a la misma y por consiguiente, mayor el tipo de interés asociado a esta.
El tipo de interés puede ser concebido o interpretado desde dos ópticas bien diferenciadas. Por un lado, como el precio al que una persona o entidad obtendrá financiación y, por otro, como el precio o rentabilidad mínima al que una persona o entidad estaría dispuesta a prestar su capital a un tercero, valorándose en ambos casos, por prestamista y prestatario el riesgo de la operación para fijar el precio de la transacción entre ambas partes.
En este sentido, los tipos de interés tienen una gran influencia sobre la actividad económica de un país o región. En un entorno de tipos de interés altos, el elevado precio del dinero dificulta el acceso a la financiación, suponiendo esto un freno al crecimiento económico; por el contrario, un entorno de tipos de interés bajos como el vivido en los últimos años —con tipos de interés incluso negativos—, favorece el desarrollo económico en general, aunque sectores como el financiero se vean afectados negativamente por la reducción de márgenes que ello conlleva.
Debido a la importancia que los tipos de interés tienen en el crecimiento económico, su fijación es una de las principales herramientas de política monetaria utilizada por los Bancos Centrales. En la actualidad, en un entorno de alta inflación generada tras la pandemia y posterior crisis geopolítica desatada por la injusta guerra de Ucrania, y el freno al crecimiento económico que está generando el conflicto bélico, los Bancos Centrales se debaten entre la subida de tipos, que frenaría la inflación pero dañaría el crecimiento económico, o el mantenimiento de tipos bajos, que incentiva la inversión pero, por el contrario, no frena la inflación, que igualmente a medio plazo, al tener las familias un menor poder adquisitivo, va a suponer una bajada del consumo y consecuente freno al crecimiento económico. Difícil decisión la de los Bancos Centrales en este momento.