Las complejidades se acumulan y los riesgos se multiplican en los tiempos recientes, dificultando la comprensión de lo que sucede y las perspectivas de futuro. Mediante un decálogo, tratamos de sistematizar algunos de los aspectos más relevantes.
Juan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona.
1. Cuando estábamos digiriendo todavía los efectos de la crisis financiera, llegó en 2018 la guerra comercial y, en 2020, estalló una grave pandemia. Y cuando parecíamos encarar su salida, la invasión de Ucrania ha complicado las cosas en prácticamente todos los ámbitos. Vuelve a hablarse de una “tormenta perfecta”, aunque la conjunción de adversidades tiene precedentes: el final de la Primera Guerra Mundial coincidió con una mortal pandemia y dio pasó a la hiperinflación en Europa central; la Gran Depresión de los años 1930 enlazó con la Segunda Guerra Mundial y los temores de un “estancamiento secular”. En la actualidad, geopolítica, economía y sociedad vuelven a estar convulsionadas con las adiciones de los problemas medioambientales y de salud global.
Vuelve a hablarse de una “tormenta perfecta”, aunque la conjunción de adversidades tiene precedentes: el final de la Primera Guerra Mundial coincidió con una mortal pandemia y dio pasó a la hiperinflación en Europa central; la Gran Depresión de los años 1930 enlazó con la Segunda Guerra Mundial y los temores de un “estancamiento secular”
2. Para acabar de complicarlo, ha reaparecido, con una fuerza insólita, el problema de una inflación que parecía hasta hace poco olvidada. Es cierto que hay poderosos factores coyunturales en ese repunte de las tensiones inflacionistas, desde los famosos “cuellos de botella” hasta las elevaciones de los precios de las fuentes de energía y otras importantes materias primas, agravadas por el conflicto bélico en Ucrania. Pero asimismo, debe constatarse que hay motivos estructurales, de fondo, para esa reaparición de la inflación: desde la ralentización de una globalización que en sus momentos de máximo ascenso (“hiperglobalización”) lanzó a los mercados mundiales la producción de cientos de millones de personas, aumentando inicialmente más la oferta que la demanda, hasta la inflexión demográfica hacia un mayor envejecimiento en Occidente y China, que contribuye, junto a la ralentización de la globalización, a incrementar más la demanda que la oferta. El cambio tecnológico, otra fuente de descensos de precios, puede estar siendo insuficiente para contrarrestar las presiones inflacionistas.
Hay motivos estructurales, de fondo, para [la] reaparición de la inflación: desde la ralentización de una globalización que en sus momentos de máximo ascenso (“hiperglobalización”) lanzó a los mercados mundiales la producción de cientos de millones de personas, aumentando inicialmente más la oferta que la demanda, hasta la inflexión demográfica hacia un mayor envejecimiento en Occidente y China, que contribuye, junto a la ralentización de la globalización, a incrementar más la demanda que la oferta
3. La fluidez de los suministros a escala global se ha ido encontrando con obstáculos que han ido generando recelos y desconfianzas: desde la guerra comercial iniciada en 2018 a las restricciones de la pandemia, pasando por las escaseces aparecidas en ámbitos como la provisión de microchips o los problemas para atender las demandas de fuentes clásicas de energía –como petróleo y gas–. A ello se suma la creciente demanda de metales necesarios para nuevos usos (incluidos productos menos contaminantes): desde el litio y cobalto necesarios para baterías de vehículos eléctricos, hasta el paladio, muy afectado por un conflicto bélico que asimismo está incidiendo en los suministros de cereales. Estos problemas, junto a factores como la robotización y automatización, que permite “retornar” algunos procesos productivos previamente deslocalizados, o las preocupaciones medioambientales ante suministros cuyo transporte desde ubicaciones lejanas aumenta las emisiones, contribuyen a repensar fórmulas de aprovisionamiento, con mayor énfasis en nociones como “resiliencia”, autonomía estratégica o “suministro cercano” (nearshoring) o en lugares “amigos” (friendshoring).
[Junto a otros factores], la robotización y automatización, que permite “retornar” algunos procesos productivos previamente deslocalizados, o las preocupaciones medioambientales ante suministros cuyo transporte desde ubicaciones lejanas aumenta las emisiones, contribuyen a repensar fórmulas de aprovisionamiento, con mayor énfasis en nociones como “resiliencia”, autonomía estratégica o “suministro cercano” (nearshoring) o en lugares “amigos” (friendshoring)
4. Las fricciones comerciales y sanitarias, así como las militares y las sanciones derivadas, muestran como las interdependencias de todo tipo, que son el sustrato de la globalización, pueden convertirse en determinados momentos en un arma de doble filo, en una amenaza o en fuente de dificultades. Se habla de la conversión en arma —weaponisation— de las dependencias, como los debates recientes acerca del gas ruso han evidenciado con crudeza. Este es un tema antiguo. Hace dos siglos, David Ricardo formuló su defensa del comercio internacional en base al aprovechamiento de las “ventajas comparativas”. La principal objeción que recibió su propuesta de que Inglaterra se concentrase en las ascendentes manufacturas y pasase a importar alimentos fue precisamente la fragilidad de depender del suministro exterior de algo tan sensible como los alimentos. Se corría el riesgo de que, en caso de conflicto, el “corte” de esos suministros se convirtiese en una debilidad para Inglaterra y en un arma poderosa para los proveedores. Los argumentos de Ricardo para replicar a esa crítica suenan actuales: iban desde la bienintencionada creación de un clima de armonía que impidiese ese escenario hasta la multiplicidad de fuentes de suministro para no depender críticamente solo de una, pasando por eventuales medidas para volver a la provisión doméstica.
5. Desde hace algún tiempo, ya antes de la pandemia, se hablaba de desglobalización, slowbalization o nociones similares. Ciertamente, los indicadores tradicionales de globalización —desde la apertura comercial y financiera hasta los de participación en cadenas globales de valor— experimentaron, desde los años 1990 hasta la crisis financiera de 2008, un auge vertiginoso difícil de sostener indefinidamente… si bien es cierto que esa crisis “moderó” su evolución, todavía mantuvo los indicadores en niveles elevados. Es cierto, asimismo, que acontecimientos como la guerra comercial, la pandemia o ahora la guerra suponen más fuentes de desconfianzas y recelos, de “corrosión de la globalización”, pero de ahí a referirse a que están clavando los últimos “clavos en el ataúd de la globalización” probablemente haya distancia.
Es cierto que acontecimientos como la guerra comercial, la pandemia o ahora la guerra suponen más fuentes de desconfianzas y recelos, de “corrosión de la globalización”, pero de ahí a referirse a que están clavando los últimos “clavos en el ataúd de la globalización” probablemente haya distancia
6. Las estimaciones iniciales del impacto de la invasión de Ucrania van en la línea de una ralentización de la recuperación postpandemia, así como de un nuevo impulso a la inflación. Ello, junto al papel del encarecimiento de las fuentes de energía, hace que vuelva a hablarse de la “estanflación” (estancamiento con inflación), expresión acuñada para describir la situación de los años 1970, en que las dos oleadas de elevaciones de los precios del petróleo —shocks de oferta— generaron asimismo esa delicada combinación de problemas. Y de compleja gestión, ya que las medidas para combatir el estancamiento (debilidad de la recuperación) agravan la inflación, mientras que las medidas para contener la inflación debilitan el crecimiento. El manual dice que, ante problemas que vienen por el lado de la oferta, son necesarias medidas por esa vertiente, desde la mejora de la eficiencia energética hasta cambios en el mix energético —algo que, además, encaja con los planteamientos de sostenibilidad medioambiental—. Pero ello requiere tiempo y, en general, es más fácil de enunciar que de llevar a cabo.
7. Las interacciones entre cuestiones macroeconómicas —como inflación y crecimiento— y las energéticas y medioambientales pasan a primer plano. Aunque se infravaloraban los riesgos, incluso antes de la pandemia podía saberse que la transición a un sistema de aprovisionamiento energético más sostenible medioambientalmente, con menos dependencia de los combustibles fósiles, tendría unos “costes de transición” en forma de encarecimiento de las emisiones de CO2 o de las fuentes de energía tradicionales (ya que la perspectiva de su pérdida de peso a medio plazo disminuiría los incentivos a invertir en ellas). Las elevaciones en los precios de la electricidad, ya desde finales de 2021, evidenciaron esa dimensión de la green-flation (inflación asociada a cumplir objetivos medioambientales) con una incidencia social más importante y conflictiva de lo esperado. Las alzas de precios de otras commodities vinculadas a la transición ecológica, con encarecimientos de procesos productivos e implicaciones geopolíticas (en favor de los países productores y en detrimento de los consumidores) son nuevas facetas de los compromisos medioambientales que deben explicitarse y afrontarse.
Las alzas de precios de commodities vinculadas a la transición ecológica, con encarecimientos de procesos productivos e implicaciones geopolíticas (en favor de los países productores y en detrimento de los consumidores) son nuevas facetas de los compromisos medioambientales que deben explicitarse y afrontarse
8. Los cambios geopolíticos que se derivan de todo lo anterior son importantes. La pugna por el control de las materias primas ha sido a lo largo de la historia origen de muchas tensiones, y sus resultados han determinado ascensos y caídas de hegemonías y potencias. Ya a finales del siglo XIX y principios del XX, se habló del great game para referirse a la lucha por el control de las materias primas entre los países avanzados “tradicionales” (entonces Gran Bretaña y Francia) y los que se encontraban en ascenso, como Alemania y Rusia. Sus implicaciones en forma de conflictos bélicos, incluida la Primera Guerra Mundial, son conocidas. Recientemente, la pugna entre los países occidentales y los emergentes, con Estados Unidos y China al frente de cada grupo, por el control de muchos recursos a escala mundial, incluidas África y América Latina, es bien conocida y se ha convertido en una de las vías mediante las cuales el gigante asiático quiere acelerar su ascenso al liderazgo mundial. Las implicaciones de la situación en Ucrania están redefiniendo el tablero de suministros, contratos y relaciones de forma importante… al tiempo que las apelaciones a la “autonomía estratégica” en Europa se suceden, a la espera de ver si/cómo se traducen en realidades.
9. Como resultado de todas estas tensiones, vuelve a estar encima de la mesa el riesgo de fragmentaciones en la economía global. Ya en la década de los años 1930, se configuraron bloques que particionaron la economía mundial y, probablemente, coadyuvaron tanto a la crisis como a la Segunda Guerra Mundial. Ya en 2019, la (entonces) nueva directora del FMI, K. Georgieva, se refería a los riesgos de fragmentaciones comerciales y tecnológicas entre economías avanzadas y emergentes, lo que cobraba especial sentido dado que, por su nacionalidad búlgara, había vivido el “telón de acero” en Europa. Con la guerra, las medidas de sanciones que incluyen desconexiones de los bancos rusos de estándares de intercambios, como SWIFT, está induciendo a formular alternativas con la participación de China, y tal vez India y otros países. En suministros, asimismo podrían conformarse “clubs” de países “recíprocamente fiables” por motivos políticos o ideológicos. Aparecen algunas primeras estimaciones de los costes de esas fragmentaciones en términos de estándares incompatibles, acotación de los mercados, limitaciones a la difusión de ideas, etc.
Debemos recordar siempre que, pese a las serias dificultades, el futuro no está escrito
10. Debemos recordar siempre que, pese a las serias dificultades, el futuro no está escrito. En ocasiones, la humanidad ha respondido de forma insensata a los problemas, como se hizo tras la Primera Guerra Mundial. En otros casos, las respuestas han sido más realistas y constructivas, como tras la Segunda, que dio paso a décadas de crecimiento razonablemente estable. ¿Cómo serán las respuestas al binomio “pandemia + guerra”? Respuestas fragmentadas, polarizadas, poco realistas, agravarían su traducción en “estanflación + desglobalización”. Pero no es inexorable: mantener abiertos mecanismos para afrontar problemas intrínsecamente globales (sanitarios, medioambientales) es tan necesario como constatar que los últimos tiempos nos están recordando imperiosamente que hay que ser tan crudamente realistas como lúcidamente pragmáticos.