No es demasiado osado pensar que en 20 años existirá un sistema funcional y operativo de transporte automático que nos llevará al trabajo de manera inteligente y segura sin mover un solo dedo. Tampoco es descabellado imaginar a un ejército de drones dominando los cielos de las ciudades para despachar compras cotidianas como alimentos, ropa o electrodomésticos; o sofisticados celulares que habilitarán todo tipo de pagos e identificaciones electrónicas, dejando atrás al dinero en efectivo y a documentos físicos como el DNI. La implantación progresiva de todas estas (y otras) nuevas tecnologías digitales, sin duda, supondrá un empuje crucial para el progreso y el desarrollo de los países, sin embargo, también podría contribuir a ensanchar las ya de por si amplias brechas socioeconómicas que existen entre norte y sur e implicar décadas de rezago.
Robert Valls. Periodista y sociólogo.
Escenas futuristas imaginadas hace tan solo unos pocos años se acercan hoy a pasos agigantados a la esfera de lo real gracias a dos factores esenciales: por un lado, el empuje innovador de empresas punteras –como Google, Tesla, Amazon o Uber–, que implementan soluciones tecnológicas de manera masiva, disruptiva y ambiciosa; y, por otro, la instalación progresiva del Internet de las cosas (IoT, en sus siglas en inglés), que facilita una infraestructura digital sin la que los avances tecnológicos no podrían permear en la cotidianidad.
Por ejemplo, para que los coches inteligentes funcionen es imprescindible contar con softwares interconectados que intercambien información permanentemente, o que los drones cuenten con infraestructuras físicas y digitales para no accidentarse y depositar los productos en el lugar indicado de forma eficiente.
Los avances tecnológicos llegan a todos los rincones del planeta mucho más rápido que en cualquier otro momento histórico, pero para implantar el Internet de las cosas se necesitan infraestructuras costosas
El desarrollo del mundo del futuro traerá –ya lo está haciendo– inmensos beneficios económicos para los países que logren capitanear la innovación tecnológica. De hecho, la consultora tecnológica IDC calcula que en 2020 el Internet de las cosas configurará un mercado de 7.100 millones de dólares y empleará a 36 millones de profesionales, y un estudio de Technavio asegura que entre 2017 y 2021 el mismo mercado crecerá a un ritmo del 32% anual.
Pero, lamentablemente, este mundo futurista parece exclusivamente verosímil en ciudades como Nueva York, París, Londres, Pekín, Shangai o Barcelona, y actualmente resulta poco creíble en la mayoría de ciudades africanas o latinoamericanas, e incluso en las áreas rurales de los países asiáticos.
La brecha, lejos de cerrarse
La razón puede resumirse en dos palabras: infraestructuras inadecuadas. Es cierto que hoy en día los avances tecnológicos llegan a todos los rincones del planeta mucho más rápido que en cualquier otro momento histórico. Pero la implantación del Internet de las cosas requiere de infraestructuras sofisticadas y costosas en todos los sectores e industrias, y para materializarse debe producirse una articulación eficiente entre el sector público y privado, al tiempo que se captan grandes inversiones, algo que no siempre sucede.
Desde la perspectiva pública, observar las tasas de inversión en I + D en las regiones punteras y en las más rezagadas no es demasiado esperanzador: las inversiones en los países de la OCDE se sitúan en el 2,5% del PIB, mientras que en Estados Unidos dedican el 2,8%, en Japón el 3,2%, en Asia y el Pacífico el 2,4%, en Latinoamérica el 0,7%, en África Sub-Sahariana el 0,4%, en los estados árabes el 0,3% o Asia Central el 0,2%.
Si aspiramos a tener sociedades globales equitativas, es imprescindible que los países de ingreso medio y bajo impulsen su productividad y competitividad y refuerzan sus inversiones en innovación
Otro dato ilustrativo es el número de patentes tecnológicas internacionales registradas en cada país, un indicador que cuantifica la innovación que puede convertirse en negocio y, con ello, generar un impacto positivo en la economía, crear empleos de calidad y potenciar la competitividad. El ranking de solicitudes internacionales de patentes lo encabezan Estados Unidos, Japón, China, Alemania y Corea del Sur, a una distancia abismal de los países en desarrollo.
Con estas cifras, parece evidente que la revolución digital y tecnológica amenaza con ensanchar las brechas que existen entre las economías más avanzadas y los países actualmente de ingreso medio y bajo. Por eso, si aspiramos a tener sociedades globales equitativas, es imprescindible que los países de ingreso medio y bajo impulsen su productividad y competitividad y refuercen sus inversiones en innovación.
Medio planeta está desconectado
Por otro lado, un informe del Banco Mundial indica que a pesar de que Internet y las nuevas tecnologías se están expandiendo rápidamente a nivel global, todavía hay un 60% de la población que no participa de la economía digital y, consecuentemente, no se beneficia del supuesto crecimiento, empleo y mejores servicios públicos asociados al boom tecnológico. Las economías de la OCDE, por ejemplo, destinan un 50% más de recursos a la expansión de redes de comunicaciones en términos per cápita que el promedio de países de América Latina y el Caribe, según un informe de CEPAL, CAF, CET.LA y Fundación Telefónica. Aunque el mundo digital ha contribuido en un 4,3% al PIB regional y ha generado más de 900.000 empleos, se calcula que para cerrar la brecha digital entre Latinoamérica y las economías avanzadas se requieren unos 28.000 millones de dólares anuales hasta el 2020.
En el caso de África, según un estudio del Banco Mundial de 2012, alrededor del 6% del PIB del continente está relacionado con el mundo de las TIC. Adicionalmente, según el GSMA, el 80% del territorio africano estará conectado a una red 5G en 2022, y según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, actualmente más del 80% de la población joven (unos 830 millones de personas) tiene acceso al mundo on-line. Estos datos muestran el tremendo potencial que el desarrollo de las nuevas tecnologías puede tener en la reducción de la pobreza, en el fomento de la igualdad de oportunidades, en la creación de empleos de calidad y, en definitiva, en el progreso de los países.
En cuanto a Asia y el Pacífico, se trata de la región que registra un mayor crecimiento de usuarios de Internet, aunque también presenta brechas entre los países con mayores y menores ingresos.
Nunca nada volverá a ser igual
Pese a ello, el Internet de las cosas está llamado –sí o sí– a marcar un hito en la historia moderna, ya que presumiblemente alterará para siempre algunos patrones sociales y comerciales y, en definitiva, la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno físico y simbólico. Lo que aún está por ver es cómo lograremos que los avances tecnológicos integren y equiparen a las diferentes regiones del planeta, en lugar de polarizarlas.
¿ESTÁN PREPARADAS LAS EMPRESAS?
El Internet de las cosas está llamado a influir en todos los sectores económicos, desde la fabricación, agricultura, salud y energía, hasta la automoción y el transporte. Esto significa que las brechas que hoy en día se generen podrán implicar décadas de rezago.
El mundo empresarial tiene un papel determinante en la implantación de las innovaciones tecnológicas, aunque también necesita cuantiosas inversiones para desarrollar nuevos emprendimientos, que no siempre se encuentran en las regiones en desarrollo. Actualmente, a nivel global, el 30% de las empresas planifica inversiones en nuevas tecnologías, y en 2019 se habrán doblado los ingresos generados en 2015 por los big data hasta alcanzar cerca de los 200.000 millones de dólares, según IDC.
Tal y como se expone en el libro Big Data: atrapando al consumidor, las empresas se enfrentan a un cambio radical para adaptar sus procesos operativos a la realidad que las nuevas tecnologías presentan, y no todas están preparadas, incluso aquellas ubicadas en las regiones más avanzadas.