De entre los aspectos más positivos de la formulación fundacional del Espacio Europeo de Educación Superior –“Bolonia”, en la jerga– cabe destacar una dimensión estratégica y otra “táctica”.
JUAN TUGORES QUES. Catedrático de Economía de la UB.
La primera se refería a la conveniencia de que el sistema universitario europeo estuviese en condiciones de competir con mayor flexibilidad y agilidad con el de otros países como Estados Unidos y China, pero asimismo Japón y Corea del Sur. Debemos constatar como en 2021 esta dimensión ha visto reforzada su importancia, a la vista de cómo, según múltiples indicadores, el papel de Europa por un mejor posicionamiento global en unas economías y sociedades lideradas por el conocimiento sigue rezagado respecto a las más destacadas potencias.
La segunda dimensión, aparentemente más “técnica”, hacía referencia a la articulación entre un primer nivel de grado y el siguiente de postgrado. Los grados estaban inicialmente planteados como formación universitaria inicial para sentar con solidez las bases de los ámbitos de conocimiento, mientras que la formación de postgrado, más cercana a la inserción laboral y profesional, se centraría en los aspectos más especializados y aplicados.
Esta dualidad tenía especial sentido en un mundo en el que la evolución de las realidades y de los conocimientos está siendo especialmente rápida. Por ello es tan adecuado como útil proporcionar a los estudiantes una formación inicial en los conceptos, mecanismos y relaciones realmente fundamentales que constituyan el background en que encajar y poder interpretar los sucesivos cambios, mientras que en los postgrados se conectaba esa formación “de fondo” con las tendencias de futuro que se estuviesen apuntando.
UNA OFERTA COMPLEJA, EXCESIVA Y POCO TRANSVERSAL
De este planteamiento se desprendían unos corolarios que no siempre han sido asumidos y que deberíamos recuperar y revalorizar. Por un lado, la conexión entre grado y postgrado no necesariamente requiere una inmediatez temporal: el postgrado tiene que constituir una dimensión abierta a lo largo de la vida, a medida que las cambiantes circunstancias lo vayan requiriendo. Por otra parte, la formación de grado debería centrarse en los conocimientos, en las estructuras analíticas y conceptuales más generales, más amplias y más transversales. Es importante insistir en ello tanto por la rápida obsolescencia de algunos contenidos concretos como a la vista de la realidad que nos muestra una proliferación de grados que, en nuestros entornos más próximos, está yendo probablemente mucho más allá de lo razonable. Efectos colaterales negativos incluyen la complejidad que ello supone para la selección de grados por parte de nuestra juventud que, en los impresos de preinscripción, se encuentra con centenares de opciones, algunas de difícil interpretación y diferenciación, así como una cierta percepción de que son dinámicas corporativas de dudosa racionalidad las que conducen a ello. Por el contrario, quedan preteridos aspectos como la transversalidad (la tozuda realidad se empeña en superar las fronteras cada vez más estrechas entre grados… que se tratan de superar con una segunda proliferación, esta vez de “dobles grados”), o la complementariedad entre conocimientos de diferentes ámbitos, como los aspectos tecnológicos en los grados “de letras” y las dimensiones de humanidades y ciencias sociales en los grados más “científico-tecnológicos”.
Deben evitarse los comportamientos –ya experimentados en la proliferación de grados y, asimismo, en algunos casos de postgrado– de articular ofertas que responden más a lobbies académicos con capacidad de influencia que a iniciativas quizás menos implantadas, pero con sentido de futuro
LA NECESIDAD DE TENDER PUENTES Y EL LASTRE DE LA BUROCRATIZACIÓN
Entre los aspectos referidos al postgrado que asimismo deben (re)valorizarse figuran la agilidad y flexibilidad para conectar la (sólida) formación inicial obtenida en los grados con las realidades vertiginosamente cambiantes del “mundo real”. Una analogía que delata mi edad/generación es comparar el papel del postgrado a la nave espacial Enterprise (en la saga de Star Trek) cuya tarea era la exploración de nuevos mundos, la ampliación de las fronteras, el descubrimiento de nuevos entornos, la articulación de nuevas respuestas adecuadas a las nuevas realidades. Ello implica una agilidad en la formulación de la oferta de postgrado realmente amplia, con una conexión entre el mundo académico y el mundo profesional mucho más fluida de lo que (todavía) es habitual. El título de este texto referido a cómo el postgrado ha de ser la conexión entre presente y futuro va, pues, más allá de la retórica para asumir como principio básico este compromiso.
Este razonable planteamiento se puede encontrar con dos frentes de problemas que es preciso reconocer y superar. Por un lado, y de forma exponencialmente creciente los últimos tiempos, los afanes regulatorios de las administraciones, a menudo a través de diversas “agencias de calidad” que apelan a esta noble referencia de salvaguarda de la calidad para, en la práctica, introducir no sólo una maraña burocrática de creciente complejidad, sino asimismo distorsiones y/o sesgos respecto a la tipología de contenidos y medios personales; en la práctica, ello supone dilaciones importantes que dificultan colaboraciones académico-profesionales con la incorporación de contenidos prospectivos y de personas de perfil fuera de la ortodoxia… que las realidades desbordan. Más confianza en las universidades sería, pues, una recomendable receta.
Por otra parte, asimismo deben evitarse los comportamientos –ya experimentados en la proliferación de grados, y en algunos casos de postgrado– de articular ofertas que responden más a lobbies académicos con capacidad de influencia que a iniciativas quizás menos implantadas, pero con sentido de futuro.
La mejor conexión entre presente y futuro necesita ser, por una parte, especialmente bien fundamentada, pero asimismo singularmente ágil, flexible, creativa y abierta. Y esta última dimensión es la que corresponde garantizar al posgrado
EN RESUMEN
Siendo cierto, por supuesto, que la educación, en general, y el sistema universitario, en particular, siempre han tenido un papel esencial en la conexión entre el presente (y el respeto y aprovechamiento de los múltiples legados del pasado, por supuesto) y el futuro (entendido inicialmente como el período temporal en que van a desarrollar su actividad las generaciones que confían su formación a nuestras instituciones educativas), ello tiene especial relevancia e importancia en la era actual. La velocidad y profundidad de los cambios tecnológicos, económicos, sociopolíticos, medioambientales, demográficos, de parámetros de salud pública, etc., superan, más que probablemente, cualquier precedente en la historia. Por ello, la mejor conexión –el “trampolín”, si se quiere– entre presente y futuro necesita ser, por una parte, especialmente bien fundamentado, pero asimismo singularmente ágil, flexible, creativo y abierto. Y esta última dimensión es la que corresponde garantizar al posgrado, con las habilidades y capacidades de los pioneros del futuro, de nuestros Enterprise.